lunes, 12 de abril de 2010

MELISSA ALFARO MÉNDEZ: Más que justicia

12/04/2010 | por Cecilia Portella Morote
Una primaveral tarde de octubre de 1991, de pronto se tornó oscura. A los 22 años tuve mi primer contacto con la muerte, con la desazón de ver apagarse una vida joven. No había enfermedad, ni accidente de por medio. Aquella vez, la maldad, la cobardía y la bajeza, tomaron forma humana y pretendieron arrebatarle los anhelos y los sueños a Melissa. No lo lograron, su memoria sigue latiendo...
MELISSA ALFARO MÉNDEZ
MELISSA ALFARO MÉNDEZ

A los 22 años entendí que en cualquier momento o lugar podemos ser sorprendidos por ese manto negro que extingue cualquier hálito de vida. La miseria humana es capaz de irrogarse derechos que no le corresponden, y ante esa realidad, mi confundida mente no logra aún procesar que no interesa la edad que uno tenga, ni el deseo de proyectarse, de crecer y ser alguien, si es que a mitad del camino, la aberración con nombre propio aparece en escena y frustra vidas, ilusiones y planes.

No pretendemos escribir sobre la muerte que rondó el 10 de octubre de 1991 en una sala de redacción. Mucho menos descubrir a los asesinos y a las armas que utilizaron. No queremos adjetivar en un papel lo que callamos durante tanto tiempo en las conversaciones de reencuentros, para evitar lágrimas inoportunas. Tampoco me tomaré la molestia de ser objetiva, como me lo enseñaron en la universidad.

Esto es un canto a la vida; a esa que conocí, que compartí, con la que lloré y reí por esos desequilibrios propios de la adolescencia. De la vida, que llenó de alegría otras tantas, de la vida que fue hija, hermana, amiga; de esa vida que aún persiste en el centro de su familia, de esa vida joven, intrépida, luchadora, sensible, graciosa. De la que recuerdo y que quedó perennizada en más de una foto de secundaria.

En las próximas líneas conocerán a la Melissa más allá de las portadas, de los juicios, de las reivindicaciones, de las arengas. Más allá de las estadísticas que llevan sobre los hombros, los culpables.

UNA DISPENSA

He hecho un alto en el camino de mis acostumbrados artículos, porque detrás de las líneas y las pantallas de un computador, habemos personas con experiencias diversas, que -si es que la ocasión lo amerita- solemos tomarnos algunas licencias para asaltar la atención de quienes tienen la generosidad de leernos. Solo mencionaré que traigo a este momento un hecho de hace 19 años, porque las circunstancias están virando el destino hacia la tan ansiada justicia.

El Primer Juzgado Penal Especial de Lima tiene la palabra respecto a este caso. No mencionaré nombres para no robarle la intención primordial a nuestro artículo. El juicio debe seguir, sin embargo ninguna pena enjugará las lagrimas que se derramaron, no hay castigo ni sanción que repare vidas. En este caso, la privación de la libertad solo es un medio de consuelo para quienes tuvieron el dolor de perder a un ser querido. Y falta tan poco para ello…

MIS RECUERDOS

Si la memoria no me falla, solo Melissa y yo, y seguramente alguien más, a quien le perdimos la pista, optó por la vocación de convertirse en periodista. Quizás sea por ello, que además de amistad y de guardar en mi mente tantos buenos momentos, siento un profundo compromiso de lealtad para reivindicar sus recuerdos.

Han pasado algo más de 25 años que Melissa llegó a nuestras vidas, desde su inolvidable Pucallpa. Estábamos en quinto de secundaria, escenario donde crecimos y aprendimos que en la relación con los demás se encuentra la riqueza de la verdadera amistad. Melissa, no solo formó parte de ese grupo, se ganó un espacio y junto con Iris, su hermana, llegaron a traspasar con su buen trato y naturalidad, las barreras de quienes ya teníamos una historia juntos, desde los primeros años escolares.

El básquet y el baile, sus actividades favoritas, eran siempre celebradas en las clases de educación física. Era común ver a Meli sonriendo y creando coreografías para alguna actuación. Su espigada figura la distinguían de quienes éramos más pequeñas. Tengo aún en mi mente las clásicas horas de ingreso al colegio, en las que tomando de la mano a su pequeño hermano Igor, lo dejaba cerca de su salón, ante la mirada segura del chiquitín que se sabía protegido.

Los recreos, las confesiones, las travesuras adolescentes alteraron más de una vez el orden de nuestro salón e invitaban a la jefa de normas educativas, a mencionar uno a uno nuestros nombres, a fin de retomar la calma. Entre los 15 y 16 años las hormonas se disparatan y la adrenalina fluye. Muchas veces preferíamos perdernos los recreos para quedarnos cantando y tocando guitarra, tratando de retener el tiempo que inminentemente nos llevaba a diciembre.

El gato triste y azul de Roberto Carlos y alguna tonada de José Feliciano se volvían himnos en las voces de mis amigos. Melissa, aunque prefería bailar algún rock ochentero, se sumaba al grupo y dejaba sentir su particular voz. Mi memoria sigue recordando, mientras mis sentimientos se resquebrajan al traer a este instante la mejor de las etapas de mi vida.

Fuimos amigos y todavía lo seguimos siendo. Los 25 años a cuestas solo han cambiado nuestros rumbos, nuestras direcciones y nuestras familias. La solidez de nuestra alegría solo se vio perturbada por un instante, en octubre del 91…

El tiempo pasó y aunque no cerró las heridas, transformó los recuerdos. Quisiera escribir nuestros nombres y perennizarlos en estas líneas, pero prefiero dejarlo así, somos muchos y felizmente seguimos juntos. Estoy segura que en este instante, tu pícara sonrisa debe estar dibujándose, porque creo en la Trascendencia.

Quizás estés ideando la mejor forma de reunirnos y estar presente como sueles hacerlo. Probablemente mientras suene “alboroto en el salón de baile” estés ensayando alguna manera de hacernos reír. Tengo la certeza que acompañas a tu mami, a Iris, a Vivian, a Alain y a Igor en esta búsqueda de justicia.

De nuestra parte, te debía una Melissa; tardé 19 años en publicar algunas líneas en tu nombre, y quise atreverme a escribir tomando un poco de lo que, estoy segura, nuestros amigos del Quinto “C” sienten cuando te recuerdan. Y hoy -aun cuando sigo buscando ese cuaderno en el que me dedicaste unas líneas- te recuerdo con alegría, como se recuerda a las personas que dejan huella, a aquellos que sonríen con la transparencia de un niño. Te recuerdo Meli, solo me basta cerrar los ojos para traer tu imagen viva y volver a sonreír, como cuando teníamos 15 años…

Más sobre Melissa Alfaro en http://melissalfaromendez.nireblog.com/


Fuente: http://www.generaccion.com/magazine/articulos/?id=1092

¡¡¡¡¡¡¡MELISSA ALFARO VIVE!!!!!!!!

¡¡¡¡¡¡¡MELISSA ALFARO VIVE!!!!!!!!



Conocí a la periodista Melissa Alfaro en mis épocas de estudiante, a fines de los ochentas e inicios de los noventas, cuando estudiaba en la “Bausate y Mesa” y tenía que compartir mis horarios yendo a la Universidad “La Cantuta” (en el “burro” de la calle Ayacucho a las 5 y 30 de la mañana) y a la facultad de San Fernando a la vez, no tenía tiempo, literalmente, para nada; no obstante ello, siempre me escapaba para conversar con Melissa y con otros amigos –“conocidos de neón” como dice el poeta- en la esquina de “el chino” que vendía golosinas en el cruce de la calle Río de Janeiro con Costa Rica en la residencial “San Felipe”. Eran tiempos de aprendizaje, de experiencias políticas controversiales y de muchas búsquedas.
Melissa estaba de novio con un joven de aspecto radical, barba y chalina, a quien le llamaban “el chileno” (por su nacionalidad mapocha), un tipo bastante amable y con lenguaje de sociólogo social-cristiano. Muchos amigos se alternaban para el diálogo, por ahí estaban el flaco Aníbal, el chato Tacuri, el cara de niño Abecasis, JJ Herrera (quien purgó cinco años de prisión infame en el Castro Castro, luego recibió amnistía porque era inocente y no tenía nada que ver con el “terrorismo” y salió gracias a la labor del padre Huber Lansier. Hoy padece un extraño síndrome y lo veo cada cierto tiempo).
Cierta aura protegía siempre a Melissa, quien me invitó, alguna vez, para ir a colaborar al diario “Cambio” (diario en la que ella ejercía de Jefa de Informaciones), cuestión que me parecía, en cierta forma, un estigma para mí, porque otros medios radicales y de ultraizquierda también me querían –como a muchos- en sus filas. Muchos partidos políticos radicales (remanentes del UDP, Frenatraca, PUM, IR, PCP-Unidad, Bandera Roja, etc.) en la legalidad e ilegalidad se disputaban uno a uno a los jóvenes con sensibilidad política. La subversión crecía a costa de la inocencia de una juventud sin mayores futuros y muchos no querían mirar detrás de la ventana sino que sentían un llamado, una fuerza que les obligaba a ser partícipes de su tiempo y proceso histórico.
Debatí muchas horas, días interminables, tardes de invierno y verano, noches a punta de emoliente o café con todos ellos en las afueras de “Bausate”, entre los edificios de San Felipe, en el comedor de La Cantuta y en la canchita de la Facultad de San Fernando –muchos eran jovencísimos e incluso menores que yo que tenía 19 años- y no me arrepiento de haberlo hecho. Aprendí de la vehemencia, del amor al prójimo (en algunos casos con cierto grado de perversión), del sentido de solidaridad y, también, de la praxis política y, porque no decirlo (el tiempo se encargaría de ello), de los errores, de los dogmas, de cierta inflexibilidad política, de cierta desesperación por solucionar las cosas ipso facto, de la nulidad de una teoría dialéctica inadecuada para nuestra realidad, de los líderes “totémicos”, etc. Fueron tiempos bastantes agitados. La vida no valía nada o valía poco. Muchos tomaron caminos erráticos y cayeron abatidos por el mismo sistema que querían salvar. La guerra sucia acabaría con la ilusión y aplanaría las mentes de mi generación hasta encontrar una domesticación y un servilismo desesperante. Mientras tanto el neoliberalismo armado, en su versión chicha, ametrallaría todo intento de rebelión. Quizás mi convencimiento en la soledad y mis principios anárquicos –y quizás ciertos designios- me permitieron mantener una independencia que hasta ahora enarbolo, alejado de partidos políticos, de ideologías trasnochadas, de peleas con molinos de viento, de planes de acción monolíticos, de sujeciones insoportables, etc.
“La Bausate” en esas épocas era considerada “escuela roja”, motivo por el cual se respiraba un aire a conspiración, pero, también, un aire medio policial, casi coercitivo. En mi salón estudiaban tres policías, repartidos estratégicamente: uno adelante, uno al medio y otro al final; se hacían los que no se conocían y trataban de mezclarse con el alumnado intentando estar cada uno en grupos diferentes, era relativamente fácil identificarlos, sobre todo si eras acucioso o te planteabas la duda. Aparte de ello el porte militar y el lenguaje marcial que siempre los acompañaba aún en los momentos recreativos era delatorio. En cierta oportunidad una estudiante que era practicante de periodismo para una radio local se encontró dentro del congreso con un policía-alumno que era ¡¡guardaespalda!! de un congresista, luego de este suceso el policía desapareció de la Escuela. Así de complicada estaba la cosa en la escuelita de periodismo de San Felipe donde todos nos conocíamos a la perfección porque sus instalaciones no superaban a una casa de dos pisos y se respiraba un ambiente familiar.
Llevaba un par de cursos con Melissa, si más no recuerdo uno era “Redacción Periodística III” y otro relacionado a la “Ética y Deontología”. En septiembre de 1991 Melissa se matriculó extemporáneamente, motivo por el cual me pidió mis cuadernos y su integración al grupo de trabajo en el que yo estaba para ponerse al día. Incluso el día 9 de octubre de 1991, en la noche (que era el turno para quienes trabajaban o ejercían el periodismo), le di mis apuntes para que sacara fotocopias y así pudiera adelantar los cursos que, debido a su tardía matrícula y a su trabajo en “Cambio”, no había podido normalizar. Al salir me dijo que “mañana, no fallaría por nada del mundo”. Me sonrío y salió antes de que el profesor y escritor Manuel de Priego (hoy fallecido por una metástasis, el congreso de la república logró editarle un trabajo bastante extenso sobre Abraham Valdelomar) acabara la clase. Volteé para responderle el saludo de despedida sin pensar, jamás, que era la última vez que la volvería a ver. El mismo 10 de octubre de 1991, por la tarde, nos enteraríamos por la radio y la televisión de este vil atentado causado, increíblemente, por un sobre-bomba (mandado por el servicio de inteligencia de la marina) contra alguien inocente, una persona amante de la vida, dotada, no solamente, de una inteligencia superior, sino de esa “humanidad” del que muchos intelectuales o periodistas carecen. Por aquella época, unos meses antes, el 15 de marzo de 1991, también recibió un sobre-bomba el abogado Augusto Zúñiga Paz, director de la oficina de asuntos jurídicos de la comisión de derechos humanos del Perú. El artefacto explosivo le amputo un antebrazo. De la misma forma, Ricardo Letts Colmenares, luego de pedir que el congreso hiciera un minuto de silencio a favor de la memoria de Melissa Alfaro Méndez, recibió, como represalia, otro sobre bomba el día 13 de octubre del mismo año, bomba que, afortunadamente, fue desactivada. La modalidad empleada y el tipo de explosivo plástico utilizado en demolición, como se demostró en varios peritajes, correspondería al servicio de inteligencia de la marina del Perú. El estado calló cobardemente en esa oportunidad y sigue callando hasta ahora.
A propósito de todo esto, el domingo pasado (12/10/2008) César Hildebrandt escribió un artículo en “La Primera” donde despotrica contra Jehude Simon (sus razones tendrá, muchas de las cuáles, a mi manera de ver, son irrefutables y merecen un artículo aparte), pero creo que hace mal al querer levantar la idea del “terrorista-Simon” a través de el diario “Cambio”, creo que ya Dante Castro ha explicado, mejor que yo, este asunto del, para mí, pusilánime, cobarde, oportunista y vendepatria, Simon. Incluso “Cambio” ganó legalmente en todas las estancias donde se le acusaba por “apología de terrorismo” y no se le logró encontrar ningún vínculo directo o indirecto con el MRTA, salvo las noticias que aparecían en el mismo diario y que aparecían en otros diarios, no necesariamente, de izquierda.
Bueno, al final se impuso el Estado y Carlos Arrollo, director de “Cambio” (y a quien estuvo dirigido verdaderamente el sobre-bomba que asesinó a Melissa) tuvo que salir del País antes de ser detenido; hoy dirige “Wayra” una revista sobre cultura y literatura. Hace poco unos poetas amigos (Gonzalo Portals y Rubén Quiroz) lo visitaron en Europa, al parecer, sigue impulsando proyectos culturales, pero padece enfermedades propias de la vejez.
Este 10 de octubre se celebró 17 años de la dolorosa partida de Melissa Alfaro, para quien, desde esta humilde tribuna, pido justicia. La Asociación Nacional de Periodistas organizó un magno evento al que asistieron los familiares cercanos de Melissa, amigos como Magali Quiroz (hasta ahora recuerdo su llanto y sus ojos nublados al frente del periódico mural “El Vendaval” donde yo había colocado un poema a la amiga caída, a la compañera solidaria y sonrisa de niña, víctima de una guerra que hasta ahora, y me atrevo a decirlo, no encuentra solución porque las causas originarias no han sido atendidas. El poema salió publicado en la revista “Aedosmil” de los poetas de la desaparecida ANEA) y compañeros de trabajo como el escritor Dante Castro –amigo y colega de Melissa- que, recuerdo, le pudo dedicar el libro “Parte de Combate”, conjunto de cuentos que había ganado el premio “Casa de Las Américas” en Cuba.
Muchos años han pasado ya, y al igual que muchos amigos, inocentes de todo, que partieron en esta guerra intestina, sus memorias necesitan ser reivindicadas (no con procesos fantasiosos y payasescos como la CVR). La justicia necesita hacerse presente (en su forma más pura y democrática) y lavar las lágrimas de todos los que sufrieron ante estas pérdidas irreparables. Los padres, los hermanos, los amigos, el país lo exige.
Solo me queda decir que Melissa Alfaro Vive y vivirá para siempre en nuestras memorias, nunca la vamos a olvidar. Su vida seguirá siendo un ejemplo. Sus reportajes que todavía releo. Sus fotos, especialmente, esa donde aparece rodeada de niños pobres y sin zapatos en un asentamiento humano (lugares a los que le gustaba ir porque ahí se encontraba con el verdadero pueblo que sufría y necesitaba ser escuchado). E incluso el frío ataúd flanqueado por sus compañeros. La triste mortaja. Recuerdo que tuvieron que velarla con el ataúd cerrado porque el sobre-bomba, literalmente, la había destrozado. Las palabras de “el chileno”, aquella tarde, fueron bastante emotivas e incluso logró deslizar una carta dentro del ataúd para que Melissa la “leyera más tarde” cuando estuviera sola, cuando todos nos hayamos ido. Hasta ahora imagino esas palabras. Han pasado 17 años. Dicen que la justicia tarda pero llega. Todavía estamos esperando.